En un mundo
en el que el tiempo y el espacio
no tienen comienzo ni fin,
norte ni sur, orillas ni costados,
el centro es la nada
en que todo se sostiene.
En un mundo
en el que el tiempo y el espacio
no tienen comienzo ni fin,
norte ni sur, orillas ni costados,
el centro es la nada
en que todo se sostiene.
Seguimos haciendo los
gestos que la existencia nos pide por muchas razones, la primera de las cuales
es la costumbre. Albert Camus.
Cuando ya
la ilusión
no importa,
ni los
recuerdos importan,
ni la poesía
importa,
ni el amor
importa,
ni la vida,
siquiera, importa,
y sin
embargo seguimos…
únicamente
por la costumbre,
por la
inercia de seguir…
Desnudo, hasta haber
perdido
carne, hueso y toda
consistencia.
Jacques Rigaut.
Porque nada
tienes,
de todo te
adueñas:
eres las
montañas,
las playas,
el viento;
eres los
pájaros,
la noche,
los desiertos;
eres las
nubes,
las
estrellas, el silencio;
no eres
nadie:
eres la
armonía del mundo,
el baile del
universo.
Qué clase de milagro es la luz,
que carece de cuerpo y da presencia
a cuanto existe, como una brisa que sopla
en limpio afán de claridades.
En la oscuridad el mundo yace invisible,
sin forma ni certidumbre,
igual que la melodía de un instrumento que no la toca.
Nada existe a nuestros ojos
sin el halo encandilado, sin el fulgor resplandeciente
de una luz que, falta de apariencia,
da apariencia y verdad a cuanto alumbra.
Parar un momento, concederse al
instante,
dejarse arrastrar por cualquier minucia
sin urgencia alguna por encontrar en
ella
una certidumbre, una certeza.
Sentarse, por ejemplo, frente al mar,
seguir el devenir de cada ola,
olvidarse en beneficio del transcurso
mientras las horas ocurren lentas
y la tarde arraiga cuanto calla.
Es una discreta invitación
a entrar en un tiempo distinto,
un lujo de la poesía simple de las
cosas,
la continuidad de su todo inacabable.
Hablar de desesperanza, pero desde la
esperanza:
mirar a los ojos de la oscuridad.
No verás al principio apenas nada,
te parecerá imposible penetrar en su
espesura.
Bastará un poco de paciencia:
igual que de la noche más honda,
surgida de alguna grieta del tiempo,
brotará una luz indecisa,
que es ya el preludio de toda la luz
del mundo.
En la creciente claridad,
la vista es un bien que te redime:
con ella aprendes a recorrer
distancias,
a soñar horizontes.
Es algo indefinido y, sin embargo,
inequívoco,
llámese otoño o entender
cuán lejos estuvo uno de la vida.
¡Si pudiéramos ser como soñamos…!
Amamos, más que lo deseado, el deseo,
pero el viento y la lluvia
deshacen los pasos que fueron
y que nunca han sido,
el afecto quebradizo, la dramática
ternura,
los recuerdos: en la luz que se
extingue,
lenta y rápidamente, eres un hombre que
olvida.