Y, de
repente, no tienes prisa ni miedo.
Hay un
sosiego extraño penetrando en tus sentidos,
un horizonte
que deja de ser punto de referencia
para
convertirse en meta, un lugar
en el que ya
no tratas de inventarte a ti mismo
o de luchar
por un anhelo. No hay afanes,
es casi
vacío, pero un vacío
en el que no
falta nada, ni siquiera el poema.