Respetamos el juego de las
insinuaciones,
de decirlo todo con la mirada,
de los roces premeditados y las
caricias inevitables.
Me postré luego
ante el altar de tu cuerpo,
recorriendo con mis manos
ensimismadas
el terciopelo tibio de tu piel.
Y fuimos confundiendo
besos con
susurros,
entrando en el calor de nuestras
bocas,
emboscándonos
en nuestros respectivos secretos
por el pasillo que conduce hasta el
placer,
cuando la pasión
rasga definitivamente la tela que
nos separa
y entre nosotros sólo se interpone ya
el deseo tácito que nos une.