A mi amiga Silvia.
Al principio basta con comenzar,
luego ya las cosas se complican.
Los pájaros se marchan, las calles
por las que paseabas se niegan a
reconocerte,
nada te reclama, ningún destino
al que someterte. La tierra,
como si la vida fuera un sueño que no
te perteneciera,
parece haber ido tragando tus pies,
tus rodillas, hasta el tronco;
y te agarras precisamente a eso, a la
caída.
Y cuando dabas por hecho que serías
engullido
totalmente, el hundimiento se
detiene;
entonces compruebas, no sabes si
feliz o desgraciado,
o feliz y desgraciado, que aún vives,
que todavía puedes ver, oler, oír,
sentir,
como si el fin del mundo hubiese
ocurrido
y luego el mundo hubiera continuado,
y tú con él, igual que un enfermo
que agoniza y agoniza, incapaz de
morir.
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