Ahí vamos, dando vueltas por el
planeta:
vidas evanescentes que se cruzan con
la nuestra
por puro azar y luego se marchan
a saber dónde. A veces se quedan
con nosotros un tiempo que no dura,
compartiendo noches de cielo perfecto
en que las estrellas son
impertinentes
en la manera en que insinúan nuestra
insignificancia,
la inanidad que somos. Pero,
¿acaso no son ellas mismas fugaces,
no deambulan,
como nosotros, bajo el mismo
magisterio de sinsentido
por los confines del universo sin
fin?
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