Estás ahí, como ausente, vivo y
muerto,
ajeno al bullicio del mundo y sus
ridículas costumbres,
a las palabras hueras con que las
gentes
todo lo argumentan, como si se
pudiera tener razón.
Siguiendo no sabes bien qué raro
impulso,
se cruzan en las calles con el
desorden de la vitalidad,
como en un relato fantástico
superpuesto a la realidad.
No conocen la verdad amarga y lúcida
de la desesperanza.
Incluso, ríen; tú también has reído
alguna vez,
para reírte de la risa: es la
carcajada de la clarividencia,
la felicidad de lo terrible, de saber
que cada día
es una puerta de entrada que sale al
mismo lugar.
Por eso prefieres dejar pasar las
horas,
que te hipnoticen con su mortandad.
Y, acaso, cuando la tarde cae y el
sol yace derrotado
en el poniente, sales en busca del
naufragio de la luz.
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