Es como si cada uno de nosotros
fuera una ciudad que nunca acaba.
En ella existen fastuosos palacios,
pero también casas en ruinas,
lugares sagrados a veces cerca de
prostíbulos,
zonas verdes y frío asfalto,
edificios de oficinas y lugares de
ocio y descanso.
Por supuesto, mucha gente ha estado
en ella,
pero algunos sólo estuvieron como
turistas,
de paso. Otros, en cambio,
se mueven con soltura en ciertos
barrios,
por sus bares, sus comercios, sus
aceras.
No obstante, también hay calles
que ninguna persona ha transitado.
Nadie podría hacerse una idea fiel
de todo lo que una ciudad esconde:
se necesitaría toda una vida y sería
insuficiente.
Ni siquiera el amo de la ciudad
la conoce por completo. Siempre
quedan
rincones, pasadizos, callejones
ignorados.
Da cierto miedo sentirse, en
ocasiones, un extranjero
en tu propia ciudad; pero también alegría
de poder seguir descubriéndola,
ilimitada, infinita.
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