Como si no eligieras las palabras,
como si fueran las palabras
las que te eligieran a ti,
callar
para dejar hablar a las cosas,
mirar con sus ojos,
dejarte escribir por ellas.
Como si no eligieras las palabras,
como si fueran las palabras
las que te eligieran a ti,
callar
para dejar hablar a las cosas,
mirar con sus ojos,
dejarte escribir por ellas.
Donde uno no debe estar, si realmente
quiere ver,
es aquí y ahora, en medio de la
corriente.
Juan Mayorga.
Atravesar ese límite
que Kant estableció como el umbral de
la fe,
previo incluso a tu primer contacto
con la luz.
Más allá de la línea de sombra
donde las cosas pierden su nombre,
con la fuerza seductora que propicia
el enigma,
con sus conjuras de canto de sirenas,
marcharse a escribir el último poema.
Alzarse
como se alza,
tras la noche,
el sol de la mañana,
convencido
de que cuanto más bajo
es el fondo de lo sufrido
más alto
es el sabor dulce
de sentirse vivo.
Sabes más por lo que adivinas
que por lo que sabes:
escuchando las voces del silencio
a través del sonido de las palabras,
vas trazando el mapa de tu vida,
de la que, sin comprender nada,
vas poco a poco entendiéndolo todo.
Vivir ignorando que sabemos
que ignoramos el sentido ninguno
de la vida, espiral del absurdo
de todas las cosas, irrealidad
tan palpable, substancia
hecha de sueños, poesía
delirante, mundo: ¡tus versos
nadie los puede entender!
De pronto, Keuschnig había olvidado
lo que pretendía
demostrar y se alegró. Rompió el
papel.
Luego buscó otros papeles que romper.
(El momento de la sensación
verdadera. Peter Handke)
Escribir unos cuantos libros
para dejar constancia del fracaso.
¿Y luego qué? El cielo
es demasiado alto para los más altos
pensamientos.
Las palabras ya no parecen un faro,
sino un enorme vacío que crece día a
día.
Inútil decir más. El silencio
alcanza.
Demorábamos nuestros pasos
para hacer el tiempo algo más largo,
caminando de la mano, ajenos
a lo ajeno, que era todo,
porque sólo éramos nosotros
(alrededor, el mundo, no existía…)
Luego fue mirarnos
en la intimidad de estar solos,
cortar yo un amago de tu voz,
centinela del encanto del silencio,
mientras la luz de las farolas
inyectaba penumbra
en la intimidad de la habitación.
Tú ya desnuda a mis ojos
a pesar de estar vestida,
ávido de que el amor
tomara pronto la forma de los
cuerpos,
tan encendidos con el fulgor del
deseo.
Y, entonces, ráfaga de sensaciones
que comienzan en tus manos;
en las mías, que acarician tu rostro,
surcan su pelo, te desvisten
y te desvisten de pudor,
un poco torpes de lo excitadas.
El resto de la historia es conocida
para los que alguna vez amaron,
alargando la noche hasta el alba,
durmiéndose arropados
con las mantas de lo sentido.