Camina el poeta para serlo.
Escribir es, de hecho,
estar ya en otro lugar.
Quizá, porque como decía Kafka,
es muy largo el trecho que va
desde la cabeza a la pluma.
Nunca llega: inacabablemente
pierde pie hacia otra extrañeza,
siempre a medio camino
entre lo olvidado y lo desconocido,
entre los recuerdos inventados
y las vidas no vividas.
Es el poder seductor del extravío,
la necesidad de existir allí
donde nunca estará.
Halla algo parecido a un hogar
en esa intemperie,
como si, cuanto más otro,
más sí mismo se sintiera.
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