Una ráfaga de viento apaga
la llama de la tarde y la luz
se marcha a no se sabe qué remoto
lugar,
convocando ese temor nuevo y antiguo
del tiempo sin rumbo y sus
invadeables anchuras.
La noche, entonces, es todas las
noches,
una única e interminable, un agujero
negro
que engulle todo lo que se le acerca;
no es el sueño, sino el insomnio:
el otro sueño que ya no se puede
abandonar,
del que ya no se regresa;
el sueño de un vacío cielo infinito,
como la muerte, como su pesadilla.
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