Quien ha vivido sabe que existe la
tormenta,
que las tempestades aguardan
allá a lo lejos, tan cerca...
Somos felices peligrosamente:
la calma, como paraíso, también
acaba,
porque no es tanto un lugar como una
franja de tiempo.
Por eso, un día cambia de repente la
luz
y el viento trae la sombra de nubes
espesas.
En un instante, todo se oscurece
de esa forma incomprensible como nos
sorprende
lo inevitable y ya sabido.
Quien ha vivido conoce, sin embargo,
que la tormenta es transitoria,
perecedera,
y que el sol termina por colarse
entre las grietas de la lluvia
igual que flor entre unas ruinas;
luego se hace tan grande que parece
de nuevo jardín,
otra vez paraíso precario, amenazado.
Quien ha vivido sabe que es así
como se fraguan los días: esperando
que pase lo que tiene que pasar
y luego pasa, sin quedarse.
|