Perseguido
por tus miedos, huyes
sin huir: escribes;
podríamos decir que corres
y no te mueves, que estás quieto,
paralizado, gritando
palabras mudas, viviendo
una vida perdida
por amor
a la poesía.
Perseguido
por tus miedos, huyes
sin huir: escribes;
podríamos decir que corres
y no te mueves, que estás quieto,
paralizado, gritando
palabras mudas, viviendo
una vida perdida
por amor
a la poesía.
Tú no puedes saber, por más que sepas,
que eres eso en lo que se convierten
los sueños
cuando se espera demasiado:
unas alas demorando el tiempo en la
caída
mientras se abre en su pregunta sin
respuesta
la flor del sinsentido: nacemos porque
morimos.
Hay algo en
su inmensidad
que hace que
todo pierda importancia,
que todo se
vuelva ingrávido,
ligero, sin
peso,
como si
limpiara nuestra mirada
y nos
enseñara a respirar
de otra
manera, a desnudarnos:
somos tan
poca cosa…,
y es tan
placentero saberlo…
Nos señalas direcciones con tu brújula
desnortada,
nos zarandeas con el ímpetu de tus
arrebatos
y, en ocasiones, nos dejas yacer en el
hastío.
Sin otra alternativa que condescender
a la frivolidad de tus caprichos,
vamos franqueando las trampas
en el desconcierto de tu laberinto sin
salida,
a sabiendas de la imposibilidad
de hurtarse a tu red, de zafarnos de
los hilos
con que nos juegas a marionetas
con tus manos siempre peligrosas,
como si fuéramos las fichas del azar
que te entretiene.
Nadie puede derrotarte, nadie puede
acabar contigo, porque abatirte sería
matarnos,
y ése habría sido también nuestro
destino.
Recorrer otros universos, experimentar
otras existencias:
la lectura es un castillo de espejos
al que miramos
para aprender cosas de nosotros mismos;
una ventana abierta al mundo
por la que mirar es asomarse a nuestra
entraña.
Encerrados en el tamaño ínfimo de un
libro,
en la ciudadela íntima de nuestro
interior,
somos viajeros de los espacios
infinitos.
Alguien estaba aquí, estaba siempre,
y de repente desapareció,
y se empeña en desaparecer.
(Wislawa Szymborska)
Te sale al encuentro,
atándote ya a él por vida y muerte;
construye tu casa
para después destruir esa morada:
un sueño
que embellece el mundo
y lo convierte luego en pesadilla,
como una luz
que se hunde en la oscuridad
cuando alguien trata de mirarla,
imitando la caída
de una losa sobre tu tumba.
Qué es el tiempo
sino lo
que sigue sin preguntar adónde.
Sólo
contiene su fluir, su curso inevitable,
corriendo
hacia lo otro sin descanso,
como el
vuelo de un pájaro muchas veces
o un río
en el que al bañarnos nos volvemos agua.
Sordo a
cualquier despedida, a cualquier recuerdo,
comprende
sin embargo el rumbo de no sabemos
qué
promesa. Porque el espíritu del tiempo
y el
espíritu del sueño son el mismo:
un mismo
aliento los transforma en nada.
La sombra
es entonces su huella y su destino.