Nacemos
y, al nacer,
percibimos la extrañeza del mundo,
como si el
inseguro espacio en el que nos toca vivir
fuera el hueco que
nos legan
quienes se
ausentan, aquellos que se marchan
para que
nosotros ocupemos su lugar
en el terrible
milagro de estar vivos,
de ser mortales
como pena y como consuelo.