Fue una fuerza excepcional,
un magnetismo
que absorbió por completo nuestros
sentidos.
No se trató de algo aleatorio,
sino de un hecho inscrito
en el orden superior del destino.
Lo supimos como se saben algunas
cosas,
sin necesidad de saberlas:
nos miramos
y ya nunca hemos podido
dejar de hacerlo.