Como el que se entierra
me meto en la cama.
Takuboku.
Quería un lugar seguro para vivir,
protegido de los peligros del mundo.
Como quien construye una isla
y la rodea de mar,
levantó unos muros infranqueables.
Por fin, logra una cierta calma,
en nada parecida al sosiego,
porque pronto el antídoto
se convierte en la peor enfermedad:
nota que le cuesta respirar,
pero no hay ventanas
y todo calla y hasta el silencio se
asfixia;
ninguna luz está al alcance,
es noche cerrada, sin lunas ni
estrellas.
Quiere escapar, pero
comprueba con espanto que los muros
son efectivamente infranqueables:
el refugio es una cárcel
de la que ya no puede escapar.
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