Salí a la calle sin rumbo ni destino,
como un mensaje en una botella
o carta enviada a domicilio desconocido.
Caminé hasta perderme, sin pensar
jamás
en detenerme: tirar el ancla
¿para fijarla dónde y por qué no en
otro lugar?
Crucé fronteras extrañas, lindes
inciertas,
extraviado en la vaga nebulosa de un
mundo
vasto y ajeno, tal vez más allá de
nunca.
Allí, sin absolutamente nadie,
bajo un silencio turbador como un
llanto inaudible,
como quien encuentra la calma
con los pies colgando del borde de un
precipicio,
hallé mi casa y mi sosiego.
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