Como un parásito que poco a poco
destruye lo que habita,
la palabra de lo que no tiene nombre:
el deseo, indistinguible del miedo;
se parece a mirar el paisaje más bonito
del mundo
en el día más triste de tu vida.
Como un parásito que poco a poco
destruye lo que habita,
la palabra de lo que no tiene nombre:
el deseo, indistinguible del miedo;
se parece a mirar el paisaje más bonito
del mundo
en el día más triste de tu vida.
Es el miedo
el que crea
el tiempo y el espacio,
como si te
acercaras por fin
a la vida
auténtica,
la de
escribir
con los pies
colgando al borde del abismo.
Nunca has
sentido tanto miedo,
pero tampoco
tanta esperanza,
esta
felicidad desesperada,
cercana al
horror.
Es algo que
puede hundirte o salvarte,
una especie
de ruleta rusa
en la que ni
siquiera importa
que, en un
momento dado, la bala colocada en el tambor
salga rumbo
a tus sienes.