Cuando te
acercas
a su centro,
la presión
del silencio
te aprieta
con tanta
fuerza
la garganta
que te ves
impulsado
al grito.
Cuando te
acercas
a su centro,
la presión
del silencio
te aprieta
con tanta
fuerza
la garganta
que te ves
impulsado
al grito.
Y allí, en el hueco impreciso de los
días,
aquietado al abrigo de esa tregua,
tú, ajeno a todo menos al agua, a la
brisa, al sol…,
conquistando esa forma de eternidad
que consiste en que, al bajar los
párpados,
habite, en esos ojos cerrados,
toda la memoria de la luz.
Estás en el mundo y no, y eso te gusta.
Estás en el corazón del aire,
más allá del naufragio del instante.
Un tipo de silencio, que no existe en
el tiempo,
habla de la felicidad encontrada.
Casi sin pensamiento, flotando
en la máxima potencia del vacío,
abrazas la quietud de estar contigo.