Toda verdad ignorada prepara una
venganza.
José Ortega y Gasset.
Fue ayer mismo,
pero un ayer que ya no existe.
Como si no supiéramos lo que
sabíamos,
o precisamente porque éramos
conscientes,
esa alegría desesperada, esa
desproporción
en que las pasiones encuentran su
señal propicia,
iluminando nuestra ceguera.
Tan efímeros como gloriosos,
nos bebimos el tiempo en una noche,
hasta que alguien dijo, igual que una
nube
oscureciendo de pronto el paisaje,
“me marcho”.
Sucedió muy rápido y a la vez muy
lento,
como sucede en esos momentos
definitivos
en los que se resuelve la vida.
Y, entonces, un baile de ausencias,
y luego la constancia inapelable
de que donde ahora habita el silencio
antes se escucharon las risas de una
fiesta
que soñamos inmortal.
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