Que mi
abuelo esté vivo,
bien
pensado,
es una
cosa de locos.
Agitar el
corazón
todos los
días,
casi cien
veces por minuto,
durante
99 años,
es haber
vivido
muchas
veces mucho.
Le miro y
ahí le veo,
cada vez
más impreciso y vacilante,
al borde
de un precipicio
con
vistas sólo a la muerte,
aparcado
en una residencia
como un
objeto roto
en el
desván de lo inservible.
Se va
marchando
con
ademanes de animal muy viejo y cansado;
mas vivo
aún,
pues su
corazón sigue latiendo
como un
pájaro agonizante
en la
mano de Dios.